Diario
Panamá América
2
de enero 2016
Gatún
EcoPark
Jaime Figueroa Navarro
Tras la
reciente Cumbre de París sobre Cambio Climático (COP21) y el histórico acuerdo
de los 195 países presentes adoptando el primer
acuerdo global para atajar el calentamiento desencadenado por el hombre con sus
emisiones de gases de efecto invernadero, logramos percibir con desconcierto
como en Nueva York donde en esta época del año se estila la canción Estoy Soñando con una Navidad Blanca, haciendo
referencia a la nieve, se bate el record de calor para la fecha alcanzando una
veraniega temperatura de 21 grados Celsius en víspera de Navidad.
Evidentemente los ojos del mundo y el enfoque de los grandes titulares
estarán cada vez más enfocados en los serios problemas ecológicos que el
mugriento y ambicioso homo Sapiens ha engendrado en su entorno desde los
inicios de la Revolución Industrial en la segunda mitad del siglo XVIII, sin
piedad ni misericordia con la naturaleza quien ahora nos reclama con igual
ímpetu un espacio que sin lugar a dudas le pertenece.
Recientemente reflexionaba al llegar a una cita para un almuerzo la enorme
falta que me hacia el teléfono celular que inadvertidamente había dejado atrás
en mi oficina. Mi contraparte me
chateaba furiosamente para confirmar que había llegado y yo no podía
contestarle. No fue hasta que me vio
sentado en la mesa que habíamos reservado que exhaló con alivio. Estas son las realidades del siglo XXI en los
interminables tranques de las cárceles de concreto que hemos creado, donde no
nos detenemos a oler las flores, marchitamente reemplazadas por pétalos
plásticos y emisiones químicas de fragancias ambientales.
En adelante, no por conveniencia sino por obligación, la tendencia será
crecer cuidando el planeta, acorralándonos a enfocar nuestro prisma hacia el
medio ambiente. Dentro de todo el meollo
que esto representa, existe la excepcional oportunidad de aprovechar este
impasse para nuestro lucro turístico.
Dentro del interminable arcoíris de ofertas de cruceros disponibles:
Caribe, Alaska, Mediterráneo, etcétera, la que goza de mayor popularidad es el
cruce del Canal de Panamá. Aunque a
nosotros nos parezca extraño, existe una fascinación única por atravesar los océanos sobre la jungla
tropical.
Nos dota ello de una oportunidad única que no estamos aprovechando porque a
la Autoridad del Canal de Panamá le hace falta ponerse el sombrero a la
pedrada, limitando su larga vistas al transporte interoceánico de naves y
nosotros como destino hemos fallado en nuestro enfoque turístico, tratando de
convertir el istmo en el centro comercial de una América Latina que trastabilla
con un crecimiento anual de 0.2% estimado para 2016, en vez de “speaking the English” aprovechando que
Estados Unidos es la locomotora impulsando la expansión económica mundial,
seguida por una Europa de aceleración gradual.
Así como Orlando es la Meca de Disney y Las Vegas del entretenimiento y
casinos, bien pudiese Panamá afrontar el reto de la creación del mayor parque
ecológico del mundo en las riberas del lago Gatún, obligando así a todos los
cruceros a estacionarse presentando un espectáculo cada vez más solicitado y
menos vigente, donde todos conducirían a sus hijos y nietos a caminar las
verdes veredas tropicales con azuladas mariposas, ranitas de oro y florecientes
guayacanes.
Esta ambiciosa iniciativa tendría que ser plasmada dentro de un área protegida
bajo el patrocinio de un prestigioso gigante ambiental, tal como Smithsonian o
National Geographic e incluida dentro de un verdadero Plan Maestro de Turismo
que logre calmar el desasosiego de los hoteleros y aumente significativamente las
raquíticas cifras actuales de gastos por cruceristas.
Todo esto me hace recordar mi reciente incursión a San Ignacio de Tupile en el corazón de la
comarca de San Blas, donde al entablar conversación durante el almuerzo con una
pareja de suecos originarios de Malmo e indagar su presencia en ese paraíso, me
confiaron que le visitaban por la necesidad anual de alejarse de Södergatan, la
calle comercial principal de esa ciudad industrial para gozar de un contacto
con la naturaleza para ellos y sus hijos, respirando el aire puro marino del
Caribe, alejados de la internet y la señal celular. Potente mensaje que fecunda nuestra propuesta
por la creación de un original magneto de turismo que sin duda multiplicaría en
cantidad y calidad la oleada de turistas al istmo. ¿Qué esperamos?
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