Diario Panamá América
19 de marzo 2016
Palenqueando
Colón
Jaime Figueroa
Navarro
Sobre
medio siglo a cuestas, posterior a prolongados años curtidos por la mar, gotas
de agua salada cincelando el constante choque de la proa con furiosas olas
caribeñas, dotado de un enorme y despabilado espíritu de la época en que fungió como el paladín de
estupendos descubrimientos, el Almirante Don Cristóbal Colón, el martes 6 de
enero de 1503 funda durante su Cuarto Viaje, el primer poblado hispano en
tierra firme del continente americano, Santa María de Belén, limítrofe entre
las actuales provincias de Colón y Veraguas, cautivado por las leyendas del oro
de Veragua en la Ruta de las Tormentas, posteriormente zarpando en dirección
este hacia lo que denominó el río Lagartos (Chagres), Nombre de Dios, Palenque
y más allá, en “una zona de ciénegas y aires malsanos” en búsqueda del atajo
que le llevaría al aun desconocido Mar del Sur.
Coincidentemente
el martes pasado (oiga que nací también un martes 16 de setiembre, hace ya
varias lunas) vibró enérgicamente el teléfono en mi oficina de Bella Vista. “¿En que le puedo servir?”, contesté, en mi
acostumbrado responder que tanto sorprende a los istmeños por su amabilidad,
que la mitad de los llamados se cortan, estupefactos por pensar que marcaron
numero equivocado.
Del
otro lado de la línea, Leticia Fonseca de Arias con la misma sonriente juvenil
vocecita, imposible de olvidar, que simpaticé durante pininos profesionales en
IBM, a inicios de los ochenta, plantea una invitación ilusoria de recusar,
convidándonos a conversar de turismo, respirando el fresco aire marino
caribeño, susurrando el constante movimiento marino para plácidamente al final
del día sucumbir en los brazos de Morfeo: “¿Te parece si vamos con Hernán y
Mayin (nuestros cónyuges) el fin de semana a Palenque?”.
Durante
mis incursiones en la costa atlántica, desde Bocas del Toro, vía aérea y marina
hasta San Ignacio de Tupile en las postrimerías de Kuna Yala, intimando la isla
Escudo de Veraguas, Belén en helicóptero, atravesando la fangosa serranía del
Tabasará hasta Calovébora, nunca me había aventurado más allá de Nombre de Dios
en la Costa Arriba de Colón. Entonces
si, a menos que tuviese que estar presente en mi velorio, el convite rascó
encefálicamente durante tres días lo intimo que es, como lo fue para el
Almirante, descubrir algo nuevo que variará la rutina a quemarropa en la cárcel
de concreto en que se ha convertido nuestra capital.
El
viernes a las 3 en punto de la tarde, zurcimos las 134 millas, aproximadamente
la misma distancia desde ciudad de Panamá hacia El Valle de Antón, con un andar
más deleitable, menos transitado y con el enorme atractivo de la mar caribe y
sus interminables hileras de palmeras posterior a la entrada por Sabanitas y
arribo a Portobelo donde realizamos escala obligatoria para la toma de
fotografías en la Batería Santiago con estilo neoclásico, que data de 1753, en
el fuerte del mismo nombre que complementa
las fortificaciones de San Fernando y San Gerónimo, frente a una mar
adornada por pecas de docenas de veleros y catamaranes.
El
camino posteriormente nos lleva hasta la Pizzería Don Quijote, justo antes del
empalme a Nombre de Dios, donde los sorprendidos propietarios franceses nos
vendieron, o mejor dicho compramos a gusto, recuerdos íntimos del área en forma
de tortuguitas, cangrejos y otros moradores que comparten el hábitat marino, en
el espacio reservado para estos suvenires dentro del refectorio que perfila un
enorme horno para la cocción de las suculentas pizzas. Allí cerquita nos esperaban Hernán y Leticia
para continuar el ultimo tramo hasta Palenque.
El sendero hasta
Palenque es una ruta totalmente pavimentada asequible en cualquier tipo de
automóvil, sobrepasando por Nombre de Dios, tenues curvas y tráfico liviano que
invita a admirar la naturaleza en su alrededor. Palenque es un pequeño
pueblo de medio millar de simpáticas almas en el litoral caribeño donde, por la
belleza de sus playas, existen importantes inversiones en lujosas residencias
de ocio. Es importante resaltar la seguridad del área, donde los hurtos son
poco comunes, los índices de criminalidad muy bajos y su población goza de excelente
salud y un positivo estado anímico. La fácil disponibilidad del coco,
dada la frondosidad de las palmeras, hace de su muy saludable agua la bebida de
obligada preferencia mejorando la calidad de vida de los habitantes que gozan
de un muy sano aspecto reflejado en la blancura de los iris de sus ojos, en
comparación a los cocacolizados visitantes.
Contando Panamá con parajes tan diversos y especiales bien valdría la
pena intimarles. Conocer Palenque invita a una profunda reflexión de lo que es
y lo que podría ser el turismo nacional profundamente respirando su aire
marino, escuchando el vaivén de las olitas y analizando la total ausencia de
planificación que nos abofetea en el ahora risible kiosco que la Autoridad de
Turismo ha remozado frente a la manga 20 del Aeropuerto de Tocumen, desprovisto
de personal idóneo, como si el visitante prospecto pudiese adivinar la radiante
belleza de parajes tan idílicos como lo es Palenque al ojear la estéril
literatura comercial allí disponible, preguntándose si es una broma o tal vez
participa de un insólito episodio de cámara escondida.
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