jueves, 13 de octubre de 2016

Buscando Rutas

Diario Panamá América
15 de octubre 2016

Buscando Rutas
Jaime Figueroa Navarro

A lo opuesto de la tradición, el operador de turismo de lujo tiene que escarbar sitios recónditos, alejado de las turbulentas masas, creando  un destino excepcional que sacie la particular sed de grupos de visitantes con bolsillos profundos y excepcionales gustos.

Durante la década de los ochenta solía frecuentar el poblado de Sorá, entrando por la polvorienta carretera de piedra desde Bejuco surcando  25 kilómetros hasta el arribo a las altas elevaciones de la cordillera central en un auto 4X4.  El paisaje era excepcional como lo era la fresca brisa de montaña que pocos conocían y muchos envidiaban.

En compañía de mi colega Jonathan Zelcer, propietario de Truly Panama, empresa especializada en turismo de lujo, de Joshua Hall, biólogo, estupendo fotógrafo y guía de naturaleza de National Geographic en tierra y a bordo de cruceros y de Edgar Huertas, afable guía de naturaleza, historia y cultura de raíces colombianas, nos aproximamos recientemente al poblado de Chicá, entrando desde la carretera interamericana por el Parque Nacional y Reserva Biológica Altos de Campana.

Nos trasladamos primero al sendero interpretativo Podocarpus de ANAM donde se pueden observar 267 especies de aves y 39 especies de mamíferos en la intimidad del parque, entre otros la zarigüeya (Didelphis marsupialis), el gato solo (Nasua narica), el mapache (Procyon cancrivorus), el perezoso de dos dedos (Choloepus hoffmani), el perezoso de tres dedos (Bradypus variegatus) y el mono tití (Saguinus geoffroyi), abrazados por los musgos y otras plantas epífitas como las brómelas y las orquídeas.   

Nuestro objetivo fue muy sencillo: desarrollar potencialidades, apoyando a las comunidades, con noveles senderos turísticos.   Chicá debe su nombre al cacique que gobernaba esas tierras al arribo de los españoles.  En su centro de bienvenida, nos recibe Omar Zamora, simpático lugareño dedicado al turismo y la siembra de plantas medicinales, cuyo padre se dedica a fabricar tambores y organizar grupos folclóricos en la escuela para muestras de bailes típicos a los visitantes.

El jardín botánico adornado por una refrescante quebrada en su interior y multitud de coloridas mariposas e industriosas abejas, podría desarrollarse para convertirse en un verdadero oasis de medicina natural.  Una reseña de bienvenida lee: “Chicá traza el limite entre la vasta llanura costera y las altas elevaciones de la cordillera que termina muy cerca de ahí en el distrito de Capira, convirtiéndose por su proximidad en un hito para quienes, desde siempre, han gustado de pasar del mar al laberinto de las cumbres y desfiladeros.  Durante años su ascensión puso a prueba la resistencia de animales y vehículos.  Hoy sus mejores vías de acceso nos obsequian una de las panorámicas mas sublimes que pueden imaginarse.”          

La celestial sobremesa de la jornada le correspondió a Los Cajones, un asombroso laberinto de rocas, ubicado justo a un kilometro posterior al puente del río Chame en dirección a Sorá, sirviendo de limite entre los corregimientos de Buenos Aires y Sorá, una falla geológica constituida por lava del plioceno que corre en dirección de norte a sur y que ha sido aprovechada por el curso del río Chame para crear un sitio que abruma por lo incomparable de su paisaje, un lugar donde el arte no podía añadir nada más.  Un simpático letrero a la entrada del sendero lee: “Tráeme tu alegría, no tu basura.”

Dejando el auto al borde del atajuelo, descendimos a pie el kilometro y medio del camino de piedras, hasta llegar a un singular sitio en Panamá.  Allí entrevisté a una joven madre cuyos dos mozuelos se divertían de lo lindo en las frígidas y limpias aguas de manantial, cuales Mark Twain y Huckleberry Finn istmeños, relatándome que descendían a diario de su caserío para el estimulante baño y jugueteo, en ocasión escarbando voluminosos y suculentos camarones de río para el almuerzo.  Sin gozar de electricidad ni televisión, estos esplendidos Homo sapiens panamensis reflejan la radiante frescura del siglo veinte que hemos dejado atrás para morar en cárceles de concreto, ensimismados en aparatitos celulares y que es precisamente lo que busca afanosamente el visitante foráneo.


Posterior a esta hechicera experiencia alejado del tranque, la abrumadora bulla y el grafiti  urbano, le anhelo laureles a mis asociados en la presentación de una cara diferente de Panamá y brindo una voz de aliento al Diputado Juan Carlos Arango y las otras autoridades locales, para que continúen  esculpiendo lo que se podría describir como un verdadero paraíso terrenal a una escasa hora de la capital.            

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