Diario Panamá América
24 de diciembre 2016
Premiando Mediocridad
Jaime Figueroa Navarro
No hay mal que su bien no traiga. Estancado recientemente en la Cinta Costera,
observando a mi derecha agentes del transito, boletera en mano, castigando el
juega vivo de un homo Sapiens panamensis que solamente así comprende que la
utilización del tramo expedito es para los altos mandos del gobierno en sus camionetas
sin placa, los resucitados diablos rojos que nos lanzan humaradas de desprecio,
los metro buses, y una que otra ambulancia, reflexioné sobre la calidad del
servicio en nuestro medio y la necesidad de crear un premio anual a los peores
prestadores de servicio, empresas e individuos que utilizan la máxima
inspiración para jugar con la inteligencia humana.
Comencemos por el jugador más culpable de
todos en el tablero del servicio al cliente: nosotros mismos. El panameño goza de una inexplicable
paciencia, copiosos niveles de tolerancia aprovechados por los más sádicos de
los operadores para engrosar sus bolsillos a costa de los consumidores más
congos del planeta.
Activando un drone para observar a vuelo
de pájaro la conceptualización del movimiento vehicular capitalino, a lo lejos
asemeja la tupida selva del parque nacional Darién durante el fenómeno anual
del afloramiento de los guayacanes, creando un sinfín de pecas amarillas dentro
del monótono verdor. Son los taxis,
miles de ellos.
Con o sin permiso de operación,
recientemente fotografié uno de ellos con placa de 2009, resaltada por su
parche azulado de Transmovil de fondo en el centro, alejándome sutilmente para
evitar un rasguño y la necesidad de consultar la veracidad del seguro
obligatorio o el color de las chancletas de su conductor.
El diccionario de la lengua española
define taxi como “automóvil de alquiler con conductor, generalmente provisto de
taxímetro”. Pobre el turista que le cobraron
$20 por una carrera del Hotel Miramar al Casco Antiguo. Aquí no existe el taxímetro, amén de
privacidad, con la constante entrada y salida de cristianos, algunos sanos, otros
no tanto, durante la carrera sin olvidar el deambular como Fangio en pleno
Grand Prix ni muestras de respeto hacia los otros conductores, mucho menos
hacia los transeúntes toreros que tanto estorban.
Con ojos de ternera huérfana, el congo se
acerca al piolín tiernamente notificando su destino para enterarse si va o no
va. ¡Bien culpables somos todos con esa
actitud! Un servicio publico se presta
sin condiciones ni ataduras.
Le siguen las empresas de servicios
públicos, donde a diario inventan nuevos métodos para invalidar a sus
usuarios. Trate usted de conseguir un
crédito por los 3 días que no funcionó la internet o televisión por cable. Cuando finalmente, después de 42 minutos de
grabaciones logra contactar a un ser humano, por allá en un recóndito call
center centroamericano, se le notifica que analistas en Afganistán revisaran su
solicitud en 2027, mientras tanto, por favor, no olvide pagar su cuenta al día. ¡Cínicos!
Finalmente, los estamentos estatales,
esplendidos funcionarios nombrados por el Presidente de turno que todos
elegimos, que durante la dura campaña nos alegran con sus propagandas de
interminables promesas. La ineptitud es
tal que tengo un amigo que siempre visita el Banco General antes de ir a una
entidad publica. De allí se lleva un
puñado de pastillas que sirven como abrebocas para obtener servicio expedito.
El colmo de los colmos, el asalto esta
semana a la Dirección General de Ingresos (como si indirectamente no la asaltan
todos los días). Ahora resulta que el
genial director para evitar atracos futuros ha decidido que todos los
contribuyentes en adelante deben pagar sus impuestos con cheques. Amén que es una violación de la constitución,
la mayoría de los panameños no cuentan con chequeras. ¡Feliz Navidad!
No hay comentarios:
Publicar un comentario