viernes, 30 de diciembre de 2016

Premiando Mediocridad

Diario Panamá América
24 de diciembre 2016

Premiando Mediocridad
Jaime Figueroa Navarro

No hay mal que su bien no traiga.  Estancado recientemente en la Cinta Costera, observando a mi derecha agentes del transito, boletera en mano, castigando el juega vivo de un homo Sapiens panamensis que solamente así comprende que la utilización del tramo expedito es para los altos mandos del gobierno en sus camionetas sin placa, los resucitados diablos rojos que nos lanzan humaradas de desprecio, los metro buses, y una que otra ambulancia, reflexioné sobre la calidad del servicio en nuestro medio y la necesidad de crear un premio anual a los peores prestadores de servicio, empresas e individuos que utilizan la máxima inspiración para jugar con la inteligencia humana.

Comencemos por el jugador más culpable de todos en el tablero del servicio al cliente: nosotros mismos.  El panameño goza de una inexplicable paciencia, copiosos niveles de tolerancia aprovechados por los más sádicos de los operadores para engrosar sus bolsillos a costa de los consumidores más congos del planeta.

Activando un drone para observar a vuelo de pájaro la conceptualización del movimiento vehicular capitalino, a lo lejos asemeja la tupida selva del parque nacional Darién durante el fenómeno anual del afloramiento de los guayacanes, creando un sinfín de pecas amarillas dentro del monótono verdor.  Son los taxis, miles de ellos.

Con o sin permiso de operación, recientemente fotografié uno de ellos con placa de 2009, resaltada por su parche azulado de Transmovil de fondo en el centro, alejándome sutilmente para evitar un rasguño y la necesidad de consultar la veracidad del seguro obligatorio o el color de las chancletas de su conductor.

El diccionario de la lengua española define taxi como “automóvil de alquiler con conductor, generalmente provisto de taxímetro”.  Pobre el turista que le cobraron $20 por una carrera del Hotel Miramar al Casco Antiguo.  Aquí no existe el taxímetro, amén de privacidad, con la constante entrada y salida de cristianos, algunos sanos, otros no tanto, durante la carrera sin olvidar el deambular como Fangio en pleno Grand Prix ni muestras de respeto hacia los otros conductores, mucho menos hacia los transeúntes toreros que tanto estorban.

Con ojos de ternera huérfana, el congo se acerca al piolín tiernamente notificando su destino para enterarse si va o no va.  ¡Bien culpables somos todos con esa actitud!  Un servicio publico se presta sin condiciones ni ataduras.

Le siguen las empresas de servicios públicos, donde a diario inventan nuevos métodos para invalidar a sus usuarios.  Trate usted de conseguir un crédito por los 3 días que no funcionó la internet o televisión por cable.  Cuando finalmente, después de 42 minutos de grabaciones logra contactar a un ser humano, por allá en un recóndito call center centroamericano, se le notifica que analistas en Afganistán revisaran su solicitud en 2027, mientras tanto, por favor, no olvide pagar su cuenta al día.  ¡Cínicos!

Finalmente, los estamentos estatales, esplendidos funcionarios nombrados por el Presidente de turno que todos elegimos, que durante la dura campaña nos alegran con sus propagandas de interminables promesas.  La ineptitud es tal que tengo un amigo que siempre visita el Banco General antes de ir a una entidad publica.  De allí se lleva un puñado de pastillas que sirven como abrebocas para obtener servicio expedito. 


El colmo de los colmos, el asalto esta semana a la Dirección General de Ingresos (como si indirectamente no la asaltan todos los días).  Ahora resulta que el genial director para evitar atracos futuros ha decidido que todos los contribuyentes en adelante deben pagar sus impuestos con cheques.  Amén que es una violación de la constitución, la mayoría de los panameños no cuentan con chequeras.  ¡Feliz Navidad!    

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