Diario Panamá América
10 de octubre 2015
Imagen y Realidades
Jaime Figueroa Navarro
Era un mozalbete, a
finales de la década de los setenta.
Frisaba veintitantos años con frondosa cabellera y las considerables
patillas de moda en la época, al asomarme a la entrevista que amoldaría mi
futuro profesional en las glaciales oficinas de IBM con aguosos ventanales en
Avenida Balboa, frente al Club de Yates y Pesca.
Muy en serio tomé este
reto. Mis calzados centellaban resultado
del serio ejercicio del lustrado diario en la academia militar. Era la cuarta, a Dios gracias, la última
entrevista. De ciento diecisiete
solicitudes, sobrevivíamos cinco. A
cargo de Sandy Stein, Tesorero Regional de la sede principal de IBM en Nueva
York, quien curiosamente rascaba su barba sal y pimienta con incrusta mirada
durante el intercambio, este me confió años después que me había elegido por mi
impecable dominio del idioma inglés. Lo
demás lo aprendí durante el persistente entrenamiento en que se convierte una
carrera en esa multinacional.
La década anterior,
tocando la puerta púber, a la tierna edad de doce años residí bajo la tutela
del Padre Edward en Worcester, quien más que un admirable mentor fue verdugo de
mi tropical cerebro, flexible esponja alejada de papá y mamá, cultivando a
soportar los inviernos de Nueva Inglaterra con agrietados labios por el severo
frio, desayunando un listado de cincuenta nuevas palabras diarias para
vigorizar cual sopa de letras un vocabulario que permitiría, acostumbrado desde
adolescente a la vestimenta formal y a la cotidiana practica del cálculo del
correcto largor y la esbeltez del nudo de la corbata, al éxito profesional por
merito, sin necesidad de padrinos, compadres ni recomendaciones.
Es así, durante mis
frecuentes conferencias frente a repletos auditorios de jóvenes estudiantes
universitarios istmeños, que entono la fórmula para la superación: amalgama de
detalles y una ardiente pasión por la excelencia. Y al dominar la lengua de Shakespeare en este
globalizado siglo XXI, no duplican, ¡multiplican sus ingresos!
Del otro extremo de esta
torre de Babel, circulan los gordos peces del juega vivo. En realidad, a
pesar de todo, somos aun fértil latifundio de piratas posterior a más de
quinientos años de conquista, donde no hemos aprendido que los valores
sobrepasan al cacicazgo, donde el premiado es el narco del salón sobre los que
aplican las escuetas reglas de los mandamientos de Dios en su diario
bregar.
Es así como vemos con
pesar el renacer de las humaradas nubes negras de los infernales diablos rojos, el “quítate tú que me
pongo yo” de los indignados taxistas del “no voy” ante la inminente competencia
de un amable Uber y la continuada indiferencia de conductores que se dan a la
fuga al derribar a un ser humano como si de un vulgar cachivache se
tratase.
En el ruedo político, los
ciudadanos indagamos si es peor la corrupción a la ineptitud, al existir ambas
en un continuo oportuno maridaje, que
ofende la inteligencia de los electores, al saber a ciencia cierta que todos, sin
distinción, son más de lo mismo.
Simplemente no existe la vocación por el servicio, aquello que el Dr.
Arnulfo Arias apodaba “profundo amor por el terruño” y que enaltecía cual semilla durante sus frecuentes e inesperadas
visitas a los diferentes ministerios y entidades públicas donde botaba al funcionario ausente y
sancionaba al que no atendía. Largo
trecho ha transcurrido desde el advenimiento de esa genuina doctrina panameñista
al triste circo en que vivimos. Ausencia
de liderazgo y “tente allá” de los más básicos elementos de cortesía
común. Anarquía en las calles y falta de
sensibilidad fuera de ellas.
Desde Green Bay, Wisconsin, nos relata el
apreciado lector Franklin Arias concisamente la imagen y realidad turística que
nos aqueja: “La silueta de la ciudad de Panamá, vista desde la ventana del
avión antes de aterrizar en Tocumen, es digna representación de nuestra
cultura: ¡aparentamos todo el tiempo! Pero cuando se quita tanto
maquillaje mal puesto el turista se da cuenta que es un espejismo.
Hay mujeres bellas y elegantes que no necesitan
maquillaje porque son naturalmente hermosas. Hay mujeres feas (porque las hay)
que no importa la cantidad de maquillaje que se pongan seguirán siendo
feas. Usando esta figura femenina para describir a un país, Panamá gastó
en maquillaje mal puesto cuando no necesitaba nada. El maquillaje, el
desorden, la improvisación, y el aparentar la hizo más fea, a pesar de su
natural belleza.”
¡Mejor no le pude haber dicho! Da vergüenza que el recibir buen trato sea la
excepción y te excita, cuando debe ser exactamente lo opuesto. ¡Piénselo!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQue gusto dá, cuando a la véra de los Caminos interioranos, cuando te le acercas a los locales en sus puntos de venta modestos, siempre te reciban con una sonrisa y de desvivan por atenderte. No son estudiando pero lo tienen de manera natural, sinceros, y espontaneo. Arreglar este asunto require como el atacar el problema de la basura, supervision constante. No le afectará a Cover Girl, Avon, o, algún otro fabricante de cosmeticos.
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