miércoles, 7 de octubre de 2015

Imagen y Realidades

Diario Panamá América
10 de octubre 2015

Imagen y Realidades
Jaime Figueroa Navarro

Era un mozalbete, a finales de la década de los setenta.  Frisaba veintitantos años con frondosa cabellera y las considerables patillas de moda en la época, al asomarme a la entrevista que amoldaría mi futuro profesional en las glaciales oficinas de IBM con aguosos ventanales en Avenida Balboa, frente al Club de Yates y Pesca.

Muy en serio tomé este reto.  Mis calzados centellaban resultado del serio ejercicio del lustrado diario en la academia militar.  Era la cuarta, a Dios gracias, la última entrevista.  De ciento diecisiete solicitudes, sobrevivíamos cinco.  A cargo de Sandy Stein, Tesorero Regional de la sede principal de IBM en Nueva York, quien curiosamente rascaba su barba sal y pimienta con incrusta mirada durante el intercambio, este me confió años después que me había elegido por mi impecable dominio del idioma inglés.  Lo demás lo aprendí durante el persistente entrenamiento en que se convierte una carrera en esa multinacional.

La década anterior, tocando la puerta púber, a la tierna edad de doce años residí bajo la tutela del Padre Edward en Worcester, quien más que un admirable mentor fue verdugo de mi tropical cerebro, flexible esponja alejada de papá y mamá, cultivando a soportar los inviernos de Nueva Inglaterra con agrietados labios por el severo frio, desayunando un listado de cincuenta nuevas palabras diarias para vigorizar cual sopa de letras un vocabulario que permitiría, acostumbrado desde adolescente a la vestimenta formal y a la cotidiana practica del cálculo del correcto largor y la esbeltez del nudo de la corbata, al éxito profesional por merito, sin necesidad de padrinos, compadres ni recomendaciones.

Es así, durante mis frecuentes conferencias frente a repletos auditorios de jóvenes estudiantes universitarios istmeños, que entono la fórmula para la superación: amalgama de detalles y una ardiente pasión por la excelencia.  Y al dominar la lengua de Shakespeare en este globalizado siglo XXI, no duplican, ¡multiplican sus ingresos!

Del otro extremo de esta torre de Babel, circulan los gordos peces del juega vivo.  En realidad, a pesar de todo, somos aun fértil latifundio de piratas posterior a más de quinientos años de conquista, donde no hemos aprendido que los valores sobrepasan al cacicazgo, donde el premiado es el narco del salón sobre los que aplican las escuetas reglas de los mandamientos de Dios en su diario bregar. 

Es así como vemos con pesar el renacer de las humaradas nubes negras de los infernales diablos rojos, el “quítate tú que me pongo yo” de los indignados taxistas del “no voy” ante la inminente competencia de un amable Uber y la continuada indiferencia de conductores que se dan a la fuga al derribar a un ser humano como si de un vulgar cachivache se tratase. 

En el ruedo político, los ciudadanos indagamos si es peor la corrupción a la ineptitud, al existir ambas en un continuo  oportuno maridaje, que ofende la inteligencia de los electores, al saber a ciencia cierta que todos, sin distinción, son más de lo mismo.  Simplemente no existe la vocación por el servicio, aquello que el Dr. Arnulfo Arias apodaba “profundo amor por el terruño” y que enaltecía cual  semilla durante sus frecuentes e inesperadas visitas a los diferentes ministerios y entidades públicas  donde botaba al funcionario ausente y sancionaba al que no atendía.  Largo trecho ha transcurrido desde el advenimiento de esa genuina doctrina panameñista al triste circo en que vivimos.  Ausencia de liderazgo y “tente allá” de los más básicos elementos de cortesía común.  Anarquía en las calles y falta de sensibilidad fuera de ellas.

Desde Green Bay, Wisconsin, nos relata el apreciado lector Franklin Arias concisamente la imagen y realidad turística que nos aqueja: “La silueta de la ciudad de Panamá, vista desde la ventana del avión antes de aterrizar en Tocumen, es digna representación de nuestra cultura: ¡aparentamos todo el tiempo!   Pero cuando se quita tanto maquillaje mal puesto el turista se da cuenta que es un espejismo.

Hay mujeres bellas y elegantes que no necesitan maquillaje porque son naturalmente hermosas. Hay mujeres feas (porque las hay) que no importa la cantidad de maquillaje que se pongan seguirán siendo feas.  Usando esta figura femenina para describir a un país, Panamá gastó en maquillaje mal puesto cuando no necesitaba nada.  El maquillaje, el desorden, la improvisación, y el aparentar la hizo más fea, a pesar de su natural belleza.”


¡Mejor no le pude haber dicho!  Da vergüenza que el recibir buen trato sea la excepción y te excita, cuando debe ser exactamente lo opuesto.  ¡Piénselo!

2 comentarios:

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  2. Que gusto dá, cuando a la véra de los Caminos interioranos, cuando te le acercas a los locales en sus puntos de venta modestos, siempre te reciban con una sonrisa y de desvivan por atenderte. No son estudiando pero lo tienen de manera natural, sinceros, y espontaneo. Arreglar este asunto require como el atacar el problema de la basura, supervision constante. No le afectará a Cover Girl, Avon, o, algún otro fabricante de cosmeticos.

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